martes, 26 de enero de 2010

Fauna autoctona de mi oficina

Bueno, antes de nada, sí, he estado muy perro últimamente y con muy pocas ganas de actualizar el blog. Pero creo que ya ha pasado suficiente tiempo, así que vamos a poner algo, y que mejor que volver con algunos de los especímenes que rondan por mi lugar de trabajo.
En primer lugar tenemos a la señorita Volldamm. Es una persona que roza casi los cincuenta años y considera que la cabeza lavarsela más de una vez al mes puede probocar calvicie, y no sabría si tiene alguna teoría sobre que el agua le de más de una vez a la semana. También cree que aunque su figura es de lo menos atractiva puede ponerse vestidos ajustados y de lo menos apropiado para la seriedad que requiere el trabajo. Por otra parte, y aunque no entraré a discutir lo que ha podido sufrir en su vida, considera que ella es la persona que peor lo ha pasado en el mundo, y por tanto, tiene más derecho que nadie a lamentarse. Y ya para rematar, cualquier cosa que ella tenga que decir, es lo más importante del mundo, por tanto alzará la voz tanto como sea necesario para interrumpir cualquier conversación.
Su principal habilidad es convertir el problema más fácil en un poyo increible, y por supuesto, usarlo como escusa para no hacer nada más. Su último gran logro, es conseguir que una familia a la que se le había informado mal de la hora de entrada, la entretuviera toda una mañana para no ir al resto de sitios donde debía ir.
Otra habilidad es la capacidad de multiplicar los muertos, es decir, si le llaman para que atienda a una familia, ella te explicará más tarde que ha atendido a cinco, aunque esta habilidad es compartida por varios.
Aunque la que más cabe resaltar, es su incapacidad para moverse a ningún sitio donde no pueda llegar en diez minutos en coche, y si no hay coche no va, por supuesto. Como ejemplo a esto, el mejor y último que yo se, fue un día que llevaba yo el coche para ver que no saliese ningún problema en los cementerios. La llamaron para atender a una familia en un hospital en la otra punta de la ciudad. Cuando llamó a la familia, esta le comunicó que no tenían certificados médicos en el hospital, a lo que ni corta ni perezosa le respondió que no era su trabajo llevarlos. Hasta aquí solo puedo discutir las formas, dado que es cierto que no es nuestro trabajo, pero lo peor es que les hizo ir al tanatorio a buscar uno, les hizo volver a ir al hospital para que se lo firmasen y rellenasen, y les hizo volver al tanatorio para realizar los tramites, cuando podía o bien haber ido ella con el certificado y hacer los tramites, o bien la primera vez que vinieron atenderles ya y que no se tubieran que molestar en volver. Aunque los más "gracioso" es que, una vez realizados los tramites, la familia pide que les deje una copia del certificado medico, y ella lo que hace es darle el original (el cual lo necesitamos para hacer diversos tramites) y se queda con la fotocopia. No contenta con tal metedura de pata, a la mañana siguiente nos reclaman el certificado, y en lugar de ir ella o pedir a un compañero que estaba más cerca del domicilio que fuese (ya que la familia estaba cabreadisima con el panorama del día anterior, y con el hecho de que se les dijera que si no lo teníamos no se podría enterrar) exigió a un compañero, diciendo que las ordenes venían de arriba.
En la próxima entrega de la fauna autoctona, El Vendedor, otro especimen que hace que un trabajo sencillo como este, se convierta en algo complicado.

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